domingo, 19 de octubre de 2014

Viajando por la ruta del libro: leer literatura para conocer otros mundos

Por: Bertha Consuelo Navarro

 

Según Oscar Wilde, “un mapa del mundo que no incluya el país de la utopía no merece siquiera la pena de echarle un vistazo”, y es que la utopía es el terreno de lo inédito viable, el espacio de lo posible aunque improbable. Bien podemos afirmar, desde esa definición, que los espacios literarios son el paisaje seguro de lo posible y de las utopías.

 

Al leer literatura, viajamos entre líneas, inferencias y suspiros. Así podemos recorrer con nuestro hermano gigante un jardín tan cálido que sirve de refugio a un mendigo incorregible; en otro momento, acompañamos a Noel en su largo camino de decretos para ser feliz, “un largo camino”: casa-escuela-casa, que bien haríamos en transitar con especial cuidado.

 

Y es que los mundos por donde nos lleva la literatura no demandan una visa ni un depósito bancario; exigen algo mayor: una cuota inicial de imaginación, el compromiso por llegar a la otra orilla del camino y, sobre todo, caminar descalzos de verdades o certezas que impedirían cruzar el hermoso puente de la fantasía y la imaginación.

 

Con esos tres elementos: imaginación, compromiso y apertura, podemos viajar los 300 kilómetros con Rebeca y compartir con ella su enojo, su alegría y sus inmensas ganas de llorar. Total, las lágrimas siguen el sutil recorrido de dentro hacia afuera, recorrido que nos expone y predispone al encuentro con otros… y eso es lo mejor del camino: el encuentro.

 

Encuentro que necesitamos todos con nosotros mismos, con nuestra historia personal, como el encuentro del pequeño Mateo con el bebé gigante o el del valiente Nahuán con el origen de su historia. Son frecuentes las ocasiones en las que los personajes nos llevan de la mano para recorrer sus aventuras. Así Cholito nos lleva a la zona andina y a la Amazonía. En otras ocasiones, llegamos a lugares que nos conmueven, como ese pueblo que se quedó sin algarrobos o el jardín de Antarki, que resulta magnífico para el aterrizaje de los glumpos. 

 

Gracias a la literatura, podemos caminar con el Diario de los Exploradores en la mochila para cruzar esas zonas de misterio en medio de la cotidianeidad porque hay un mapa imposible: la experiencia sencillamente no se puede transferir. Cada uno debe recorrer el camino y descubrir que se “hace camino al andar”; pero, en ese andar, cuánto nos ayuda un diario escrito por otro caminante: su experiencia narrada. Sus líneas de bitácora nos impregnan de la energía necesaria para continuar viajando por las nuestras en la conquista de otros mundos. Ya es hora de partir, abramos nuestros libros…